Ignacio Escañuela Romana
7 de agosto de 2025
A veces escribiría para olvidarlo todo, o bien lo haría para encontrar un momento abrumador y emotivo. O bien se atrevería a sugerir la forma de lo existente, como si fuese muy poderoso y pudiese controlar el ser y la historia.
Tal vez en ocasiones, reiría mientras trazaba las líneas con el boli, apresuradamente. O de modo críptico ensayaría a introducir recuerdos fundamentales, quizá sesgados por el tiempo y la historia construida. Aunque por las mañanas, usualmente le salían los muros de los hechos con los que tendía a chocar, como en un violento y oculto seísmo interior.
Hacía tiempo que las historias casi le habían abandonado y gustaba de retratar las experiencias directas, el instante en su forma efímera, ya que consideraba que era lo único importante y, quizá, real. No importaba, le era gratificante y en la tempestad interior algo se soltaba y podía nadar por dentro.
En fin, en ese ahora escribió de repente sobre el comienzo. Nada que se inicia lo hace sin un cierto dolor oculto, parte temido, mas también agradable en sí mismo. Intentó plasmar en el papel la noche opaca y los vientos secos de solano. Procuró, en fin, hablar de la misma escritura y de la materia que compone la vida: los sueños.
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