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CON MODERACIÓN

José Antonio Borrego Suárez

Toda la historia que cuento aquí es un trágico error, un despropósito. La cuento para desprenderme del peso de la conciencia. Y desmontar ante ustedes el falso concepto que tenéis de mí. Demostrar que solo soy un fraude. Hablar claro es la única posibilidad que me queda de seguir aguantándome.

Todo se inició en la época de estudiante. Pertenecía a una familia pudiente de provincias, de esas que llaman de las principales y me aburría. Quería aportar a mi vida un poco de aventura. 

En aquellos años la agitación política era intensa. El dictador agonizaba, y la gente se movilizaba ante la oportunidad de mejorar su situación. Este no era mi caso, ya he dicho que pertenecía a los privilegiados del régimen. A los ricos, que para ser claros eran los dueños de la dictadura. Como yo hubo infinidad de personas, pero no quiero ampararme en falsas justificaciones y, prosigo.   

Mi ego me incitaba a tener un protagonismo destacado en los acontecimientos que se desarrollaban en el país, y en concreto en la universidad. No me conformaba con ser simple masa rebelde. 

Esta masa se dedicaba a organizar actos importantes: pegar carteles, repartir pasquines, asambleas en la universidad, ir a las manifestaciones, etc., pero todo eso no era suficiente para calmar mí insatisfacción, mi deseo de notoriedad. Está insatisfacción fue lo que precipitó una cadena de imprudencias, que yo forcé y que terminó en un lamentable desastre. 

Pronto y por circunstancias muy especiales me ví envueltos en el frenesí de la acción. Qué hizo que sintiera que estaba participando en momentos decisivos de la historia, jugando un papel fundamental. El elevado pedestal en que yo mismo me situaba, me llevó a creer un elemento fundamental en la resistencia a la dictadura. 

La verdad de todo aquello era que el protagonismo se debió a unos hechos fortuitos, en los me vi involucrado. Hay que señalar que mi ingreso en la resistencia se vio favorecida por las circunstancias. Nunca por que vieran en mí cualidades para ejercer esas actividades, tan delicadas. Básicamente lo que aconteció se puede resumir de esta forma: estábamos en los últimos años de la dictadura, yo estudiaba el último año de carrera, había contactado con círculos de estudiantes, que, como yo, deseaban algo de emoción. En un país, sumido en lo gris, en lo mediocre, para la gente joven que pertenecían a la clase dirigente del régimen, era toda una golosina, jugar a la clandestinidad. 

Entré en ese mundo casi de rebote, por amistades. Si mi actitud hubiese sido más digna, estaría ahora diciendo: que en aquellos años tuve mi aventura y que dada mi posición social no corrí mucho peligro. Eso fue lo que aconteció para muchos niños de papá, como yo. Pero en mi caso la verdad es más cruel y trágica. 

El principio fue modesto, como el de todos, reuniones, asambleas de estudiantes, reparto de octavillas, pintadas en paredes, alguna que otra protesta. Estaba feliz, la emoción empezaba a revitalizar mi vida. Y los fines de semana regresaba al confort de mi pequeña ciudad, donde mi familia reinaba, junto a otras pocas. En este círculo mi oposición al régimen era conocida. Hoy se, que esta actitud incluso les agradaba, incluso a mi padre, les resultaba como decirlo … exótica. Este comentario de él lo resume mejor que nada:

–Es loable que un joven estudiante muestre un poco de inconformismo, de rebeldía, a la ciudad no le viene mal un poco de aire fresco y liberal, por si en futuro tenemos que adaptarnos–y añadía:  –- nuestros hijos tienen que estar preparados—. 

Los comentarios condescendientes los recibía indignado, era evidente que no me tomaban en serio.  Una mañana todo cambió, los acontecimientos se desbordaron en cascada. El partido me pidió una misión, solo llevaba unos meses desde mi ingreso, de hecho, aún no estaba seguro de haber sido aceptado, me daban pares y nones. Un día al salir de la facultad alguien se me acercó y me dijo: – camarada esta tarde en esta dirección, y se puntual – y deslizó un papel en mi chamarra.  En el papel había una dirección, un horario, y la orden de destruir la nota.

Había que esconder a unos camaradas, alejarlos del peligro, esto les obligó a pensar en mí, como solución. La desesperación, sin duda fue, el factor que determinó a la dirección de tomar la decisión de contar conmigo. 

Esconder aquellos hombres en una pequeña ciudad de provincias, bajo la protección del hijo de uno de los industriales más destacados, y de demostrada adhesión al régimen, no era una solución que se pudiera desechar. Todo lo contrario, era bastante buena.

Este error resultó trágico, es decir no previeron que me derrumbaría a la mínima presión. La policía de la capital se presentó en mi domicilio. Mi padre les abrió la puerta, yo dormía, Mercedes la criada me despertó, –tu padre dice que bajes, unos señores preguntan por ti – .

Dentro de mí todo se partió. Solo estas palabras de Mercedes fueron suficientes. empape las sábanas de sudor, por el miedo. Bajé, entré en la sala, dos policías charlaban con mi padre. Cuando los tuve delante tuve la impresión de que ya lo habían resuelto todo. La boca pastosa por náusea me secaba la saliva. 

La náusea era por el miedo, el asco por la tranquilidad que sentía de que papá estuviera resolviendo el asunto, sin que fuera necesaria mi presencia. Pasados los años tengo fuertes recaídas de desprecio hacia mí.

De los dos policías, el más joven preguntó: — ¿dónde los escondes? –, lo conté todo con rapidez, queriendo que aquello terminara lo antes posible. Y lo más infame del comportamiento fue, que tenía la certeza de que no corría ningún peligro, porque papá estaba ahí.

Durante años intenté construir un engaño que hiciera más llevadera mi cobardía. No lo logre, hay veces que la verdad se vuelve inabordable, y resiste todos los intentos de destruirla. De la suerte que corrieron esos hombres, no supe nunca nada, tampoco quise, no me atreví a indagar, me adapté. 

Las personas como yo siempre se adaptan. Hoy, soy el alcalde de mi pequeña ciudad y, como esperaban mis mayores, un poco de liberalismo he traído. Eso sí, con moderación.


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