Ir al contenido principal

El rayo verde

Ignacio Escañuela Romana

Julio 2024


En aquellos días veraniegos, cuando la amargacea comenzaba a soplar, a veces vientos de marea, otros de solano, como decididos por un daimonion socrático, amaba él pasear largamente. Escucharía con curiosidad el sonido del roce de los zapatos con la arena en el camino, mientras recordaría días pasados al alba. Ya en la senectud, había dejado de ansiar la lucha con molinos, la gloria y la fama, y recordaba simplemente.

Comprendía que por primera vez observaba en silencio, sentía en su interior lo percibido, disfrutaba con el hecho de ser hombre y tener limitaciones. No era una felicidad, lo sabía, pues incluso había dejado de luchar por esa quimera. Pero sí tenía la intensa sensación de observar el mundo, como nunca antes, como era. No se hacía ilusiones de veracidad, sabía que todo lo modificamos para verlo a nuestra forma. Incluso aquella forma interior había sido oscurecida por los afanes, la ambición de conquistar el mundo.

Le había costado mucho aceptar que esas vivencias son pasajeras, que toda la vida lo es, y así abandonar la pretensión de eternidad que le había perseguido. Pequeños retazos de emociones que pasaban rápidamente y nada más.

Como el niño que juega en la arena a hacer castillos que la marea borrará, observa ahora el horizonte en llamas rojas y las últimas luces reflejadas en el cielo, rebotando hasta llegar a él. En silencio, junto a la sombra de altos eucaliptos meciéndose al viento, espera quedamente el rayo verde.

Comentarios

Entradas populares de este blog

LAS FUGAS DE ERNESTO

José Antonio Borrego Suárez Lo único que lamenta Ernesto es no poder esquivar al bicho que le muerde las piernas. Está sentado junto a la chimenea y se masajea los muslos, ajeno a la retahíla de reproches que sus hijas le propinan por la última fuga . Lo hacen todos los días, porque todos los días se escapa. Nadie sabe cómo lo logra… él sospecha que sus hijas tienen mucho que ver. Lo echan de menos sobre la hora del almuerzo, aunque saben que su padre se marchó hace tiempo, al principio de la mañana, es ahora cuando su ausencia se hace presente. Como si fuese un pacto tácito y se concedieran un espacio de tiempo, una tregua, establecida, para que esa tolerancia que establecen no termine en juego. Si Ernesto no aparece a la hora del almuerzo, las hermanas comen y discuten. Se acusan de la débil vigilancia que ejercen sobre papá. Se culpan mutuamente de que Ernesto consiga escapar todos los días, pero aunque no lo dicen, las dos también saben que colaboran en dicha fuga, mirando para otr...

LA LLUVIA DE LA CALLE SOLITARIA

José Antonio Borrego Suárez Siempre hay alguien caminando por una calle solitaria bajo la lluvia. Nosotros lo sabemos. Lo sabemos porque escuchamos sus zapatos en los charcos, porque oímos su cansancio, y nos duele los pies. Es una calle de la noche, porque el intruso la camina  a esas horas, envuelto en su gabardina.  Porque es cuando la lluvia es inhóspita y gélida.  Es una calle de la ciudad del invierno. De qué otra ciudad podría ser. De esa ciudad donde todos se pierden, de la ciudad donde nos perdemos todos alguna vez. Esa calle es tan larga que los pasos resuenan toda la noche, y tan fría que se siente como las mejillas se hielan. Esta calle pasa justo por delante de nuestra puerta.

Gaza

José Antonio Borrego Suárez Ríos de sangre anegan los olivos. acidez y dolor es su fruto. En un parto de muerte, su aceite. En los montones de escombros no amanece. Las trituradas risas de los niños no suenan. Y los huesos se pudren en el olvido. Y bajo las bombas una palabra. Exterminio, bien grande, ¡EXTERMINIO! Y las eternas preguntas: ¿Hay lágrimas capaz de llorar este dolor? ¿Hay castigo que pueda justificar esta venganza? ¿Reflexión que pueda admitirlo? Y esa pregunta que es la más cruel y que nos implica a todos: ¿Y la humanidad donde queda?