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Viejo mundo

Ignacio Escañuela Romana

Leer la Rubbaiyat nos lleva al después. Toma ese vino bajo la luz de la luna, pues tal vez mañana la luna te busque en vano, cantó Khayyam. «Cuando muera, ¿no seré como Enkidu? El espanto ha entrado en mi vientre . Temeroso de la muerte , recorro sin tino el llano», dice Gilgamesh en el primer libro registrado, en la epopeya de Gilgamesh. La literatura nació como una reflexión de la muerte como realidad humana. No, la filosofía no es aprender hacia la muerte, es vivir y persistir. Como todas las actividades humanas. Aunque, en ese objeto, fracase una y otra vez, en un drama repetido.

Frente al temor de la muerte, la filosofía helenística dio algunos consejos, para procurar una vida feliz. «Acostúmbrate a considerar que la muerte no es nada en relación a nosotros. Porque todo bien y todo mal está en la sensación; ahora bien, la muerte es privación de sensación» (Carta a Meneceo). La muerte no produce temor, dice Epicuro, porque cuando llega perdemos toda percepción. Tiene razón, pero no cuela. El miedo no es abandonable, nos persigue. «¿Qué es la muerte? Porque si se la mira a ella exclusivamente y se abstraen, por división de su concepto, los fantasmas que la recubren, ya no sugerirá otra cosa sino que es obra de la naturaleza», dice Marco Aurelio en sus Meditaciones. Sí, pero es un aspecto de la naturaleza que rechazamos, claro.

De la misma forma, la literatura recoge esa realidad sin más, como un hecho ineluctable, como un acontecimiento más de la vida. Pero, quizá, como señala el poema de Goytisolo, ese hecho real, un paso más, sí nos deja a los vivos en la soledad: «al chocar contra el mármol de tu terrible ausencia».

Sí, pero también la desolación, lo que sintió José Arcadio Buendía en esa maravillosa novela de García Márquez, la nostalgia terrible del muerto por volver a la vida, aunque sólo sea para mojar el tapón de esparto.

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