José Antonio Borrego Suárez
Uno de los que más me llamó la atención era la costumbre que tenían con los cerdos, ellos los conocían por cochinos. Consideran que ese nombre - el de cerdo- es demasiado elegante, cosa de ciudad.
Tienen una práctica que llaman chamusco, la práctica según los más viejos del lugar, se inició cuando cayeron en la cuenta del deterioro en que se encontraba el altar de los sacrificios, por la falta de uso.
Este no se utilizaba desde que se dejó de quemar a los demonios- me dicen- al final dejaron de quemarlos por absurdo y por aburrimiento. Siempre lo mismo, prender fuego a inocentes diablillos- pues a los demonios grandes no había manera de echarles mano- perdió su gracia y los sacerdotes comprendieron que por ahí los feligreses podían sospechar de la pérdida de influencia. El absurdo estriba en querer quemar un fogonero, que, como bien sabe todo el mundo, es el auténtico oficio de estas criaturas.
Pero sigamos con los cerdos o los cochinos, se optó por el chamuscado, que consiste en pasarle un fuego ¡leve! para eliminar las cerdas antes de descarnarlo o desbrozar o como maldita sea la manera que lo digan. Eso sí, quiero señalar que a esta altura del proceso el animal no sufre, eso ocurrió con anterioridad, cuando lo mataron.
Para ir terminando, pues me queda un largo camino hasta llegar al próximo pueblo, y me desplazo a pie. Solo quiero dejar constancia de dos hechos, o para ser más exacto advertir que los lugareños están muy orgullosos de su habla, y cuando se refieren a quemar al cerdo ellos dicen chamusco. En cuanto a lo de los demonios, no pongas cara de dudas o sonrisita de guasa, si no te crees esas historias, pues te lo guardas, que a más de un listillo le han partido la cara y créanme ese hábito -el de partirle la cara- se mantiene en pleno uso.
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