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El secarral

 José Antonio Borrego Suárez


Me muero en el Secarral … De acuerdo, no son formas de comenzar a contar una historia, pero es lo más aproximado y exacto que se puede decir de vivir en esta tierra... que es una tumba.


Aquí cavar es lo que hacemos durante todo el tiempo, o lo que es lo mismo durante toda la vida.


En otras tierras más generosas, lo llaman cultivar. Pero como esta que nos tocó padecer es tan ingrata, yo, lo llamo cavar la tumba, para poder echar los huesos, aunque ni para eso vale, porque el viento se los roba y los saca, llenando todo el suelo de crujidos, cuando los pisas .


Una mierda de tierra, donde sólo se crían fatigas, con unas entrañas podridas, un infierno… que me trae el recuerdo del último cura que tuvimos por estos pagos. Ya hace años de esto,  amenazaba con el infierno a los que no asistían al templo… El templo tiene que ver, es un poco más grande que una cuadra… Terminó colgándose de una pita, tuvo mala suerte, el hombre tropezó con esta tierra y con Remedios.

Ella era la única que acudía a misa. Cuando descubrió que Remedios no tenía ningún interés en escuchar sus homilías, que lo que a ella le interesaba era solo discutir, la decepción lo hundió.


En defensa de Remedios hay que decir que le advirtió y bien que le dijo que, por el camino que había tomado, se iba a quedar más solo que la una. 

  

– Déjate de zarandajas y mira ahí fuera, no ves, alma de dios, que el infierno ya está aquí, cómo quieres darles a esos desgraciados todavía más.

 

El cura no cedió, y cuando Remedios, aburrida, dejó de acudir, como había anunciado, se quedó solo. Por estos pagos los silbidos del viento trastocan las cabezas y si se escuchan en soledad, malo… El pobre hombre optó en buscar su infierno, que le sería más acogedor.


- Aquí tenemos fantasmas -hablo en serio-… y son de carne y huesos como usted y como yo.


Pobres espíritus que vagan por el páramo. Atrapados en sus cuerpos, desertores de las fatigas que se refugiaron en la locura para evadirse de esta tierra.


Esto era lo que me contaba el abuelo-: Toda la gente no es capaz de tomar la resolución del cura, les falta valor o inteligencia, y el cura era hombre de estudios.


Aunque para mi abuelo los estudios no fueron suficientes…  - para la inteligencia - decía él- y dejaba caer la coletilla-: A las pruebas me remito.


Los fantasmas malviven dando tumbos por las llanuras infinitas del páramo, hechos unos ascos y donde les pillan se mueren.

 

El viento es un canalla , sopla y sopla, te desgasta el criterio. Hace un ruido que aturde y confunde, en esa confusión algunos se pierden, no regresan.


Toda la culpa no se le puede echar… el sol es otro gran hijo de su madre. Sé que hay sitios por ahí donde se le alaba. En esta tierra se le odia, con cada uno de los rincones del alma. Te aplasta con su silencio amarillo ,derrite, seca los pensamientos, los trasforma en polvo, para que las serpientes tracen sus caminos.


Pero el abuelo a quien de verdad temía, y de quien nunca le oí pronunciar una palabra,… sus ojos de espanto hablaban mejor que sus labios, era de la miseria.


El abuelo se largó con los fantasmas. Hoy es uno de ellos, debe andar enredado en los silbidos del viento o ser parte de los crujidos del suelo.


Él odiaba esta tierra… A esta tierra se la odia de muchas maneras, se la odia en silencio, desde la derrota , se le odia gritando y peleando, enfadado por la impotencia. Al final, todos la terminamos odiando desde el agotamiento… Y no  quiero hacer una lista, pero me atrevo a apostar  que descubro la edad de las paisanas y los paisanos, por el tipo de odio que sienten. Yo la ando odiando en estos momentos desde el grito.


Lo culpé cuando se volvió loco, lo acusé de desertar. Luego el tiempo suavizó mis reproches y me hizo comprender que, en el páramo, nadie puede sostener la pelea eternamente. Los más fuertes resisten (si los ata una obligación con alguien) justo hasta el límite donde comienza la travesía que te corresponde iniciar, y él lo hizo conmigo. A nadie he querido como a él, ni a mi padre Lombán, a quien perdí siendo muy niño. Un hombre al que acosaron y tuvo que huir. Un fantasma de otro tipo, que se perdió en las llanuras de mi memoria, y del que no he sabido nada después. 


Nunca pensé que sucumbiría, lo veía tan grande, tan recio, que cuando quise reaccionar se había desbarrancado. Empezó por no contestar a mis preguntas, no quise entender lo que estaba ocurriendo. Cuando se largó me enfadé mucho, tanto o más que cuando le regaló al maestro el cachorrito que con el tiempo sería Homero, el perro más solitario del páramo, el único que eligió un estilo de vida similar a los fantasmas. Pese a que continuó viviendo en casa del maestro hasta que este falleció.


Dicen que  se encuentra con los fantasmas, hay quien afirma incluso que los días de niebla visita la tumba del maestro. No lo he visto con mis ojos, pero de Homero nada me sorprende, y los días de invierno, que aquí son muy fríos, es bastante probable que busque un nicho vacío que le pueda servir para pasar la noche… o el día.


La última vez que  mire al abuelo , este  no me vio a mi ,  no lo retuve más , deje  que se marchara .


Entonces comprendí, y mi vida cambió. Yo querría otra opción, otra forma de huida. - La locura solo es un refugio - me dije- Lo descubrí dando agua a un grupo de desarrapados que se acercaron al pozo. Aparecieron arrastrando los pies por aquella mágica extensión que es la planicie.


Los ojos te engañan primero con las distancias, te ponen cosas que no están y te quitan otras con las que tropiezas. Quizás los fantasmas prefieren esta llanura porque les divierten los juegos de la luz. Cómo saber lo que piensa un loco, porqué toma sus decisiones. 


Aquel ejército de desvalidos me metió el miedo en el cuerpo, no quería que el tiempo me reclutara, no quería acabar como el abuelo y me empeciné en imitar a Lombán.


Dónde ir, escapar hacia qué lugar… Y recordé cuando pregunté al abuelo por la ruta que mi padre eligió para huir …


-En el páramo no hay rutas , no hay caminos , solo el intento , solo alejarte tanto que este tenga a bien soltarte , no sé si tu padre lo consiguió - contestó -, y añadió - que se sepa solo el cojillo lo logró.


El cojillo tiene en el páramo la presencia de la fábula, un ejemplo que solo Lombán imitó por circunstancias que también empiezan entrar en la leyenda y de las que no se conoce mucho. Yo, que soy su hijo, apenas sé cómo era su cara. El silencio es un manto que el miedo extiende, la única cobija que funciona en el páramo.


El cojillo está tan presente, porque se sabe que logró salir, que traspasó los límites de este infierno. Estuve indagando por ahí, y no encontré nada de él, solo el apodo. Nadie supo decirme ni siquiera su nombre. La gente mayor te hablaba de una ligera cojera y miraban a la lejanía como si pudieran verlo… o viendo el deseo que él sí se atrevió y llevó a cabo.

 

No tenía familia, era el último de su estirpe, tampoco se saben los motivos que lo empujaron a la aventura. Nació en el páramo y vivirá en su memoria mientras las gentes se pudran en él.


Si me tengo que equiparar a uno de los dos, este sin duda es el cojillo. El abuelo se largó con los fantasmas y no lo he vuelto a ver, puede que en estos momentos sus huesos sean parte de la inmensa carrañaca que toca el viento. No me queda nadie y motivos tengo, los que todos tienen … Yo si me voy a atrever, mañana parto.  

 


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