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Homero

 José Antonio Borrego Suárez


El maestro del Secarral siente por su perro Homero un amor enfermizo, este, le corresponde con una indiferencia total y cruel.


Apenas el día clarea, el maestro comienza un ritual zalamero e  inútil que Homero ignora. Primero, le prepara el cuenco diario de leche caliente, luego lo pone en el porche, justo debajo de la marquesina y lo llama, con una sutileza suplicante, un ruego, Homero sigue a lo suyo, jamás acude.


Cuando el maestro regresa a la casa para el almuerzo, coge el cuenco con la leche, que sigue intacta y toda llena de moscas, lo vierte en el fregadero. Su devoción por Homero le impide comprender, que este, desde que superó la edad de cachorro, perdió todo el interés por la leche y por él .


Homero comparte la casa con el maestro, come la comida de este, bebe el agua que fresca y limpia siempre le tiene puesta en la sombra, duerme donde le da la gana. Los hay que dicen que en invierno trepa hasta la cama del maestro.


El  maestro sostiene que su perro mantiene esa actitud “de aparente desapego” porque nació con un espíritu rebelde. En el pueblo, no todos están de acuerdo, los más opuestos a los argumentos del maestro dudan de que el chucho posea espíritu, los malintencionados, que les encanta entrar en estas zaragatas, van más lejos, y apoyándose en lo que afirma el secretario del ayuntamiento, que dice que el espíritu se encuentra en la mente, poniéndose el dedo en la cabeza y cerrando la posibilidad de que Homero posea tan  exquisito atributo, sentencia, ese perro es un vagabundo, y que al maestro hace tiempo que se le fue la chaveta. A Homero tales debates se la traen al fresco, él va a lo suyo.


En verano en el Secarral el calor es de aupa, Homero pasa el dia en el cobertizo que es el lugar más fresco de la casa, el maestro se siente feliz, quiere creer que, esto, es una clara muestra de fidelidad… de amor. Por supuesto esto último nada tiene que ver con la verdad, todo el mundo piensa que es otra elucubración que se monta el bueno del maestro.


Cuando la tarde refresca Homero estira sus miembros y se larga, el maestro se lo recrimina dulcemente, le advierte de los peligros que aguardan en la noche. Como es verano y la gente deambula por la calle, acechando un soplo de la remota marea, escuchan estos sermones, hay quien sonríe, quien lo escucha y menea la cabeza, para la mayoría es otro grillo que hace ruido. Homero suele utilizar los atardeceres para darse un garbeo, se adentra en la noche confiado, el calor angustioso llena las callejuelas de personal, estos buscan desquiciados un soplo de aire, él, anda a la búsqueda de romances.


El invierno es otro cantar, el hambre empuja a los lobos de la sierra, bajan hasta  las calles del pueblo, en alguna ocasión Homero tuvo que escapar de ellos por patas, además de la sierra desciende la fría ventisquera, capaz de despellejar a las borregas, si los lobos aún no han acabado con ellas. Esta es la  principal y única razón por la que Homero se muestra más generoso  en estos crueles meses, concediéndole al maestro más compañía, claro que este, malinterpreta como siempre la verdad de esta situación.


Los pocos críos que asisten al colegio (esto de la educación es un asunto que en el Secarral o mejor dicho en todo el páramo importa poco) lo agradecen; el maestro se muestra más benévolo con los alumnos, y eso que de por sí lo es, en fin, que estos hacen lo que les da la gana. Homero está amnistiado de las crueles gamberradas de estas hordas, debido al interés que las circunstancias han establecido entre ambas partes. No es que Homero sea querido por los bárbaros, pero es tolerado y respetado a regañadientes. La alegría del maestro se traduce en ventajas y los chiquillos  saben que tales ventajas no son moco de pavo.


Homero estuvo cinco días perdido, la desesperación del maestro llegó al paroxismo… La histeria que el maestro mostró en la búsqueda, humanizó al pueblo, le dio una nueva perspectiva sobre la relación del maestro y su perro Homero. Al fin y al cabo el amor es como es y cada uno quiere como quiere… Cuando apareció por la cuesta de entrada a la plaza, el maestro lo vio, se abalanzó sobre él y de rodillas lo inundó de besos, Homero meneo su rabo y propinó un lenguetazo en la cara al maestro. Los dos se fueron calle abajo para su casa. Jamás volvió Homero a ser tan efusivo, en el secarral ese día algunos se emocionaron, y empezaron a contemplar la posibilidad de que Homero sí tuviera espíritu, o al menos menos ha tenerlo en consideración… y si lo dice un maestro.


El maestro y su perro Homero comenzaron a penetrar en la memoria del Secarral.  Una leyenda echaba a volar, los posteriores acontecimientos la engrandecen, pero esto lo contaré en otra ocasión.  

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