Poema: La cueva divina.
Autor: Antonio Gómez Luque.
Recorrí sus praderas mil veces,
deambulé por sus montes y valles,
llanuras y desiertos;
exploré en las cavidades más profundas
sin encontrar la cueva divina.
Dormí apegado a su tierra,
tierra fértil y olorosa
que me transmitía frescura
y una infinita paz y sosiego.
Reparado de mi cansancio
busqué de nuevo la ansiada cueva,
me adentré en aquel espeso
y prolongado bosque
de rizados tentáculos.
Entre dos paredes montañosas
el bosque bajaba
por aquella empinada ladera
hasta su llegada al precipicio.
La vegetación se mantenía espesa
y yo me erguía y me estiraba
con el paso firme y decidido.
De la misma pared del barranco
fluía continuamente
un viscoso líquido
y un perfume delicado
me atraía hipnotizándome.
Ya estaba frente a mí
aquella cueva, gruta, caverna
de paredes lilas o rosáceas
que palpitaban
ante mi presencia.
Me lancé pues a sus adentros,
con una fuerza desgarradora
me introduje en sus humedales.
Cañada ardiente y agitadora,
Manantial perverso
que me estrangula.
Quiebro de sacudidas constantes
que me acercan y me retiran
en perpetuo combate.
Ese palpito de campanas sordas,
ese fuego que sale de mis entrañas,
ese vómito que lo impregna todo
entre gritos y lamentos entrecortados.
Y después un silencio profundo
reina sobre toda la región
y yo en un apacible sueño o letargo
me contraigo y me retiro
a las afueras de la cueva divina.
Ya oteo los caminos
que me harán de nuevo llegar a ella,
ya no me perderé jamás
porque tan enorme placer
no se olvida nunca.
Septiembre de 2012
Autor: Antonio Gómez Luque.
Recorrí sus praderas mil veces,
deambulé por sus montes y valles,
llanuras y desiertos;
exploré en las cavidades más profundas
sin encontrar la cueva divina.
Dormí apegado a su tierra,
tierra fértil y olorosa
que me transmitía frescura
y una infinita paz y sosiego.
Reparado de mi cansancio
busqué de nuevo la ansiada cueva,
me adentré en aquel espeso
y prolongado bosque
de rizados tentáculos.
Entre dos paredes montañosas
el bosque bajaba
por aquella empinada ladera
hasta su llegada al precipicio.
La vegetación se mantenía espesa
y yo me erguía y me estiraba
con el paso firme y decidido.
De la misma pared del barranco
fluía continuamente
un viscoso líquido
y un perfume delicado
me atraía hipnotizándome.
Ya estaba frente a mí
aquella cueva, gruta, caverna
de paredes lilas o rosáceas
que palpitaban
ante mi presencia.
Me lancé pues a sus adentros,
con una fuerza desgarradora
me introduje en sus humedales.
Cañada ardiente y agitadora,
Manantial perverso
que me estrangula.
Quiebro de sacudidas constantes
que me acercan y me retiran
en perpetuo combate.
Ese palpito de campanas sordas,
ese fuego que sale de mis entrañas,
ese vómito que lo impregna todo
entre gritos y lamentos entrecortados.
Y después un silencio profundo
reina sobre toda la región
y yo en un apacible sueño o letargo
me contraigo y me retiro
a las afueras de la cueva divina.
Ya oteo los caminos
que me harán de nuevo llegar a ella,
ya no me perderé jamás
porque tan enorme placer
no se olvida nunca.
Septiembre de 2012
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