Ensayo: Siento.
Autor: Antonio Gómez Luque.
Octubre 2016.
Desde este lugar de privilegio en que vivo, desde esta azotea o altar, contemplo los avatares
de la vida desgraciados para muchas personas que despiertan cada día entre desasosiegos y
tinieblas, envueltas en dolor y amargura sin poder cambiar su destino. Son presas de
determinadas condiciones impuestas de las que no saben o no pueden salir. Son individuos
vulnerables, expuestos a la sinrazón de otros que mandan en su futuro y que condicionan su
vida.
Nuestra retina se ha acostumbrado a ver el dolor en otras personas como si se tratase de una
película de ficción cuando se trata de la realidad más contundente, nos han acostumbrado a
repasar los horrores como quien ve un álbum de fotografías. Nuestros sentidos no se alteran
apenas cuando vemos esa ingente de refugiados que recorren territorios ajenos sin saber
donde terminarán y cuándo llegarán a un destino fiable: huyen de las guerras, de la miseria y
del hambre. Huyen de la explotación, de la tortura y de la muerte.
Vienen en pateras o camiones, hacinados, faltándoles el aliento, por caminos tortuosos, por
vaguadas y montañas, entre alambradas y muros que les cortan el paso. Y en este éxodo
interminable, las rapiñas sin escrúpulos, les atacan como hiendas sedientas sin mirar el color
de la piel, el sexo o la edad. Todo sirve para sus macabros intereses : violaciones, prostitución,
venta de órganos, trabajos forzados, son algunos de los métodos esclavistas impuestos por las
mafias con el consentimiento de organizaciones y gobiernos que miran hacia otra parte.
Siento vergüenza de ser ciudadano europeo ante estos hechos cotidianos que inundan las
portadas de los periódicos y pantallas televisivas.
Siento vergüenza de que los gobiernos (entre ellos el español) provoquen y/o apoyen guerras
que desestabilizan a otros estados soberanos con el fin de apoderarse de sus riquezas y de los
medios de producción para que las multinacionales operen sin control alguno y aumenten
desorbitadamente sus beneficios económicos.
Siento vergüenza de pertenecer al primer mundo ¿civilizado?, que agotemos los recursos allí
donde los haya; importándonos poco la destrucción de los hábitat ancestrales de pueblos,
contaminando sus playas, sus ríos, sus pozos o talando sus árboles.
Siento vergüenza de que no desatemos nuestra ira contra tanta insensatez, contra tanta
prepotencia, contras tantos crímenes, contra tanta impunidad. Debemos salir a las calles, a las
plazas y avenidas y clamar en voz alta: ¡BASTA YA ¡ ¡NO CON MI APOYO¡
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