Relato: La muerte (Lombán, la tía Adelita y Pelo Paja, conclusión).
Autor: José Antonio Borrego Suárez.
Cuando Lombán estaba sombrío es porque la lagartija corría por su cabeza, trasteándole el pasado. Cuando se encontraba por esos parajes, mejor no hablar y mantenerse en silencio, sin hacer ruido, de lo contrario se escapaba, se largaba a rumiar su agonía, a despejarse las sombras. Esto es lo que él decía.
Solo cuando llegó el final no lo hizo. No vi cómo le venía la tristeza, como otras veces, no vi aquella sombra, lo grande que era, cómo lo cubría. Mirándolo desde aquí, desde los años, ahora sí veo cómo lo cubrió todo, incluso a mí.
Uno de aquellos días, cuando ya la muerte lo rondaba, me llamó.
- Siéntate ahí y escucha.
- No lo sientas tanto, chaval. Lo que me está ocurriendo no es diferente a lo que has visto otras veces, la única novedad que hay es que ahora no voy a pelear más, eché de mi lado las ganas de vivir.
Aquel día la laguna acudió a mis ojos.
- No llores, Pelo Paja, ésta es mi decisión, cuando pase el tiempo comprenderás que este es mi tesoro, lo que nunca pudieron arrebatarme.
Una mañana que no apareció en la cocina, para beber aquel café negro que migaba con los restos del pan de la cena. mi intuición me avisó de que aquella perra estaba en el granero. Corrí, cuando llegué la muerte se lo había llevado. El rostro lo tenía sereno, con una dulzura como nunca antes le vi. Tal vez quiso dejarme su mejor recuerdo.
En la silla, donde solía dejar los libros para que los encontrara, estaba un sobre que contenía un papel con este mensaje: "vete, Pelo Paja". Y me fui. Pero antes ocurrió lo de mi tía Adelita.
Lo de la tía Adelita también se presentó de otra manera. Mi tía Adelita tenía dos cosas que le hacían distinguirse, una que era muy buena. Dos que era infatigable. En el pueblo decían de ella que le sobraba cuerda para dos vidas, pero solo tuvo una y se le acabó pronto. Me pregunto si yo no fui culpable en cierto modo, de forma involuntaria, al tener que criarme cuando me abandonó el sinvergüenza de mi padre. Poco después de la muerte de mi madre.
Una vez se lo planteé a Lombán y él me tranquilizó y me dijo:
- No, Pelo Paja, tú llenaste su vida. En ti encontró un buen motivo para vivir.
Hasta un día antes de morir, la tía era la misma de siempre, por eso no le vi venir la muerte. Como tiempo después sí hice con Lombán. Una noche cuando regresamos de la laguna, la encontramos sentada en una silla, la mesa para la cena estaba preparada. Cuando llegamos Lombán le dijo que se acostara, que nosotros nos encargábamos de todo.
- Bien, hijo, que les aproveche.
-Eso voy a a hacer,
Cuando entró en la habitación Lombán me mandó por el doctor.
- Dile que lo quiero aquí en cinco minutos. Dile que te lo ha dicho Lombán.
Cuando llegamos, el doctor y yo, todo había acabado. Lo extraño de esta historia es que la muerte de Lombán y de la tía me dio más miedo que la mía. Que a ésta sí la veo cómo se acerca. Ronda por la laguna, acechando. La verdad es que no sé a qué juega. Estoy aquí sentado, esperando tranquilo en el chozo. Es verdad que algo de curiosidad sí que siento. Puede que éste sea mi último misterio.
Autor: José Antonio Borrego Suárez.
Cuando Lombán estaba sombrío es porque la lagartija corría por su cabeza, trasteándole el pasado. Cuando se encontraba por esos parajes, mejor no hablar y mantenerse en silencio, sin hacer ruido, de lo contrario se escapaba, se largaba a rumiar su agonía, a despejarse las sombras. Esto es lo que él decía.
Solo cuando llegó el final no lo hizo. No vi cómo le venía la tristeza, como otras veces, no vi aquella sombra, lo grande que era, cómo lo cubría. Mirándolo desde aquí, desde los años, ahora sí veo cómo lo cubrió todo, incluso a mí.
Uno de aquellos días, cuando ya la muerte lo rondaba, me llamó.
- Siéntate ahí y escucha.
- No lo sientas tanto, chaval. Lo que me está ocurriendo no es diferente a lo que has visto otras veces, la única novedad que hay es que ahora no voy a pelear más, eché de mi lado las ganas de vivir.
Aquel día la laguna acudió a mis ojos.
- No llores, Pelo Paja, ésta es mi decisión, cuando pase el tiempo comprenderás que este es mi tesoro, lo que nunca pudieron arrebatarme.
Una mañana que no apareció en la cocina, para beber aquel café negro que migaba con los restos del pan de la cena. mi intuición me avisó de que aquella perra estaba en el granero. Corrí, cuando llegué la muerte se lo había llevado. El rostro lo tenía sereno, con una dulzura como nunca antes le vi. Tal vez quiso dejarme su mejor recuerdo.
En la silla, donde solía dejar los libros para que los encontrara, estaba un sobre que contenía un papel con este mensaje: "vete, Pelo Paja". Y me fui. Pero antes ocurrió lo de mi tía Adelita.
Lo de la tía Adelita también se presentó de otra manera. Mi tía Adelita tenía dos cosas que le hacían distinguirse, una que era muy buena. Dos que era infatigable. En el pueblo decían de ella que le sobraba cuerda para dos vidas, pero solo tuvo una y se le acabó pronto. Me pregunto si yo no fui culpable en cierto modo, de forma involuntaria, al tener que criarme cuando me abandonó el sinvergüenza de mi padre. Poco después de la muerte de mi madre.
Una vez se lo planteé a Lombán y él me tranquilizó y me dijo:
- No, Pelo Paja, tú llenaste su vida. En ti encontró un buen motivo para vivir.
Hasta un día antes de morir, la tía era la misma de siempre, por eso no le vi venir la muerte. Como tiempo después sí hice con Lombán. Una noche cuando regresamos de la laguna, la encontramos sentada en una silla, la mesa para la cena estaba preparada. Cuando llegamos Lombán le dijo que se acostara, que nosotros nos encargábamos de todo.
- Bien, hijo, que les aproveche.
-Eso voy a a hacer,
Cuando entró en la habitación Lombán me mandó por el doctor.
- Dile que lo quiero aquí en cinco minutos. Dile que te lo ha dicho Lombán.
Cuando llegamos, el doctor y yo, todo había acabado. Lo extraño de esta historia es que la muerte de Lombán y de la tía me dio más miedo que la mía. Que a ésta sí la veo cómo se acerca. Ronda por la laguna, acechando. La verdad es que no sé a qué juega. Estoy aquí sentado, esperando tranquilo en el chozo. Es verdad que algo de curiosidad sí que siento. Puede que éste sea mi último misterio.
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