El Gálata moribundo. Ana Ramos Vázquez.
Vencido
a la caída de la tarde
el guerrero se supo y miró al infinito.
De la cruenta batalla guardaban
los retazos sus pupilas
al tiempo que de la herida mortal escapaban
sedientos peces de fuego
y un regusto de sangre nadaba por su boca.
Le había llegado al corazón
la flecha impertinente
que fue tan del azar como su vida.
Levantó débilmente la mirada
Y vio por fin que todo fue espejismo.
Lejos
La mortal soledad anegaba los campos.
Caballos y soldados
yacían sin aliento
sobre la estéril tierra de aquel día terrible.
Fue de la gran derrota el elegido.
El único testigo.
Solitario y yacente.
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